El radio encendido a bajo volumen y sintonizado en La Sabrosita. ¡Sabor! Y descubrí lo que presentía. El frasco de pastillas vacío junto a tu mano abierta, en el brazo inmóvil de tu cuerpo inerme, sobre la cama destendida de una habitación llena de melancolía, en un departamento común de un edificio pretencioso, en una ciudad de la chingada, capital de un país de mierda, en un planeta hasta la madre de gente, perdido en un universo vacío de sentido. Y luego tuve una visión: las palmas de mis manos tensas apretando tus ingles hundidas en el agua tibia de tu tina, mientras restriego aceleradamente mi pubis entre tus nalgas relucientes vaporosas.
No me equivoqué. Si llevabas así apenas unos minutos, el agua caliente conservaría tu cuerpo tibio y sería como si estuvieras dormida. Pensé que si los gusanos se iban a comer todo eso dentro de unas horas, no tiene nada de malo que le haya dado una probadita. Habría sido un desperdicio dejar que todo eso se echara a perder sin sacarle algún provecho. Siento que es como si hubieran arrojado un manjar al bote de la basura. Y yo con tanta hambre, sólo tomé un taquito.
Cuánta razón hay en que de todo mal se puede obtener un bien. Y una tragedia tan grande me da la oportunidad de hacer mucho bien. Por primera vez no me preocupo por el futuro, ni por el destino, ni por esperar a que llegue la miserable quincena, ni por conservar un empleo fastidioso y sin reconocimiento. Por primera vez tampoco me preocupa mi salud, ni si tendré para pagar médico ni si alcanzaré a comer toda la quincena después de comprar mis medicinas. Ay, amiguita, lo hubiéramos hecho de otro modo, interactivamente, pero no quisiste, o no supe convencerte. De lo perdido lo que aparezca.
II
La vida es lo que pasa mientras llega la muerte. Vano es todo lo que uno haga si va a morir. Vano es todo lo que hagamos porque todos vamos a morir. Nada quedará. Dicen algunos que nadie muere mientras viva en el corazón de alguien o en la memoria de otro; pero lo cierto es que los demás también morirán, que no habrá un día hombre alguno que recuerde a otro. Algunos poderosos han hecho monumentos que supuestamente los hacen trascender. Esos monumentos podrán perdurar siglos y excepcionalmente dos o tres milenios, pero no más. Lo cierto es que ningún monumento le da vida a nadie. Todo monumento está condenado a desaparecer erosionado por el agua, por el viento, por el tiempo. Todo recuerdo es finito.
Podrá recordarse un nombre, pero no dejará de estar muerto. Los intelectuales creen que con escribir un libro o un poema serán inmortales. Ningún recuerdo los levantará de su tumba. Los budistas dicen que reencarnan, pero habrá un día en que no habrá en quien reencarnar. Los hinduistas creen que algún día serán como el cosmos, pero los agujeros negros devorarán toda materia hasta que no quede ni polvo ni luz. Los cristianos creen que resucitarán y que se irán con todo y zapatitos al cielo. Lo creen ciegamente, porque no hay otra manera de creerlo.
Texto: Héctor Villarreal.
2 comentarios:
Tu escrito es una mierda.
Date un tiro, amiguito. Estás repitiendo -y mal- lo que ya muchos han dicho. No tiene sentido...
Muy bueno. No hagas caso a las Paty Chapoy de la intelectualoidedad momentánea, son celos precoces.
Me gustó mucho el léxico, un buen uso del lenguaje. Y repites lo que han repetido muchos, pero no como loro. Tu prosa es fluida.
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