miércoles

Ricardo Piglia y el uso de la crítica.

Se puede leer parte de la obra de Ricardo Piglia en los 80 como una suma literaria que comienza con Respiración Artificial (1980) y termina —parcialmente— con la publicación de “Critica y ficción” en 1986. Una suma que combina la ficción y la crítica para hacer un análisis —premonitorio en el caso de “Respiración...”— del uso que el poder político hace de la literatura en el marco del regreso a la democracia y el enamoramiento de parte de los intelectuales argentinos de Ricardo Alfonsin.
El borrador original de este proyecto para construir canales críticos "fuera del circuito cerrado de la academia y los congresos de escritores” ya está presente en “Respiración artificial”, donde Renzi, el alter-ego ficticio de Piglia, dice que hasta bien entrado el siglo XX la literatura argentina tiene un uso político, vinculado a las alianzas y peleas de los diferentes actores sociales, cuyos resultados son visibles en libros como “Facundo” y el “Martín Fierro”, destinados a imponer una visión “definitiva” de la realidad: “el Facundo es como un virus: todos los que lo leen empiezan a ver civilizados y bárbaros. [...] Sarmiento nos da la realidad bajo su forma juzgada [...] Digamos que definió la tradición de los vencedores”.
En “La Argentina en pedazos” Piglia ilustra su teoría con once textos muy breves —nunca más de mil palabras— a través de la ficción de, entre otros, Esteban Echeverría, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Manuel Puig describiendo “una trama donde se pueden descifrar o imaginar los rastros que dejan en la literatura las relaciones de poder, las formas de la violencia. Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada, que permiten reconstruir la figura del país que alucinan los escritores. Esa historia debe leerse a contraluz de la historia ‘verdadera’ y como su pesadilla”.
Los materiales heterogéneos que forman “Critica y ficción” (entrevistas, respuestas a cuestionarios, ponencias universitarias) cierran el círculo y permiten entender el trabajo que Piglia desarrolló durante esos años, con un discurso crítico que, al desplegarse en medios tan distintos, parece fragmentado, pero que está unido por una línea de pensamiento que estudia la manera de difundir un mensaje de forma poco tradicional para alcanzar “un público mucho más amplio que si yo las hubiera escrito en un ensayo de crítica. Es decir que de pronto ciertas hipótesis que se discuten allí sobre literatura argentina fueron discutidas en ámbitos mucho más amplios que si yo las hubiera enunciado en un libro de ensayos”.
Borges, —como señala el mismo Piglia en uno de sus ensayos— hace una tarea parecida en 1933, cuando se adelanta a los libros que van a comenzar a aparecer sobre la metafísica nacional con un artículo que los sintetiza en cinco páginas.
Piglia lo toma como ejemplo y, a través de estas intervenciones en medios populares, repite el gesto borgeano, captando y exponiendo el núcleo central de lo que se está discutiendo en ese momento (la relación entre los intelectuales y el poder, con la Asunción de Raul Alfonsin y un grupo de escritores, bautizado popularmente como la patota cultural, que lo apoya) sin darle un formato profesional y respetable: es decir, a diferencia de sus contemporáneos, no lo convierte en libro, no escribe un inmenso ensayo estudiando el tema —que seguramente hubiera sido un best-seller— y prefiere discutir desde los márgenes, obligando al lector a buscar ese discurso fragmentado, perdido, que empieza en “Respiración artificial”, continúa en “La Argentina en pedazos” y termina temporalmente en “Critica y ficción”: “una manera de ver la política en la literatura que me parece más interesante y más instructivo que los trabajos de los llamados analistas políticos, sociólogos e investigadores”, el uso de la crítica en un espacio distinto.
El modelo al que remite es al escritor como un ladrón que borra sus huellas perseguido por un lector que debe unir ese texto inmenso que está redactando en diferentes registros y lugares: “un relato fragmentado, casi anónimo, que resiste y construye interpretaciones alternativas y alegóricas”.
Así, desde los márgenes de la cultura, Piglia sintetiza el eje principal del debate conectándolo con una amplia mirada hacia atrás para mostrar cómo se inicia esa relación, trabajando la literatura en una época de gran agitación social y política —juicio a los militares, intentos de alzamientos armados, paros masivos— como laboratorio para “entender lo real, para extraer hipótesis sobre el funcionamiento de la literatura, sí, pero también acerca de cómo funcionan el lenguaje, las pasiones, la misma sociedad”.


Texto: Iván de la Torre. helliconaa@yahoo.com.ar
Ilustración: h. ct. r.

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