En aquel semáforo del bulevar, ( ) repartía volantes publicitarios todas las mañanas. Con cara en forma de taco y con ganas de quitarse los zapatos, aventaba papeles y más papeles casi hasta que sus brazos se hincharan.
Le molestaba el olor de la gente en las mañanas, aunque sólo se les acercaba por un instante, sentía el mareo venir al oler la pasta de dientes amarga en la boca de todos esos extraños. Le daba miedo ver el cabello lleno de sustancias pegajosas que se aplica la gente para aplacarlo antes de salir de su casa. Pero con todo eso él sólo se limitaba a hacer su trabajo y a de vez en cuando quitarse el relleno de las orejas.
Una mañana que parecía ser igual que las pasadas en el bulevar, ( ) iba caminado por la calle al lado de un automóvil y estaba a punto de repartirle un volante al señor que conducía.
( ) se paró enfrente del auto porque notaba algo raro en el asiento del copiloto: una sustancia conocida pero de exagerada abundancia embarrada en el asiento. Sin importarle, se puso al lado del auto para darle uno de sus papeles. El conductor abrió la ventanilla, su aspecto no era muy saludable: se le escurrían los ojos y se le caían las pestañas.
Había algo distinto en él que lo diferenciaba de los demás conductores, algo que lo hacía ver como portador de un organismo, huésped por especies exteriores. Algo que enrojecía su rostro, que lo hacía ver más viejo.
( ) estaba un poco nervioso. Tembloroso, le entregó el volante, el conductor lo recibió algo inseguro y... al tratar de darle las gracias a ( ), no pudo emitir palabra alguna al ser interrumpido por un fuerte estornudo estruendoso y encaratulado que con el arrojamiento de sus fluidos viscosos y verdosos inundó todo el bulevar.
El semáforo se trabó y los automóviles se quedaron estancados también. El bulevar estaba infectado y de él se escaparon varios gritos y se inmovilizaron varios músculos.
( ) se quedó aturdido, se quitó el líquido pegajoso y por fin tuvo la oportunidad de acabar temprano su trabajo, pegó todos los volantes por el bulevar y guardó en su mochila: fiebre, astenia, anorexia, mialgias, cefalea, somnolencia, malestar general, tos seca, ronquera, dolor de garganta, laringitis, trastornos gastrointestinales, dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea y deposiciones blandas.
Le molestaba el olor de la gente en las mañanas, aunque sólo se les acercaba por un instante, sentía el mareo venir al oler la pasta de dientes amarga en la boca de todos esos extraños. Le daba miedo ver el cabello lleno de sustancias pegajosas que se aplica la gente para aplacarlo antes de salir de su casa. Pero con todo eso él sólo se limitaba a hacer su trabajo y a de vez en cuando quitarse el relleno de las orejas.
Una mañana que parecía ser igual que las pasadas en el bulevar, ( ) iba caminado por la calle al lado de un automóvil y estaba a punto de repartirle un volante al señor que conducía.
( ) se paró enfrente del auto porque notaba algo raro en el asiento del copiloto: una sustancia conocida pero de exagerada abundancia embarrada en el asiento. Sin importarle, se puso al lado del auto para darle uno de sus papeles. El conductor abrió la ventanilla, su aspecto no era muy saludable: se le escurrían los ojos y se le caían las pestañas.
Había algo distinto en él que lo diferenciaba de los demás conductores, algo que lo hacía ver como portador de un organismo, huésped por especies exteriores. Algo que enrojecía su rostro, que lo hacía ver más viejo.
( ) estaba un poco nervioso. Tembloroso, le entregó el volante, el conductor lo recibió algo inseguro y... al tratar de darle las gracias a ( ), no pudo emitir palabra alguna al ser interrumpido por un fuerte estornudo estruendoso y encaratulado que con el arrojamiento de sus fluidos viscosos y verdosos inundó todo el bulevar.
El semáforo se trabó y los automóviles se quedaron estancados también. El bulevar estaba infectado y de él se escaparon varios gritos y se inmovilizaron varios músculos.
( ) se quedó aturdido, se quitó el líquido pegajoso y por fin tuvo la oportunidad de acabar temprano su trabajo, pegó todos los volantes por el bulevar y guardó en su mochila: fiebre, astenia, anorexia, mialgias, cefalea, somnolencia, malestar general, tos seca, ronquera, dolor de garganta, laringitis, trastornos gastrointestinales, dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea y deposiciones blandas.
Texto: Paulina Mendoza. Dibujos: Ale A. López.
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